La condición Postmoderna. Lyotard.

DATOS DEL TEXTO

Jean-François Lyotard, La Condición Postmoderna. Informe sobre el saber (Traducción Mariano Antolín Rato); Ediciones Cátedra; 1987; Madrid.

Fecha de publicación original: 1979.

 

RESUMEN

La condición “postmoderna”, la condición del saber de las sociedades más desarrolladas, designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado a las reglas del juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX.

En origen, la ciencia está en conflicto con los relatos. La ciencia no se reduce a enunciar regularidades útiles y busca lo verdadero, debe legitimar sus reglas de juego. Es entonces cuando mantiene su estatuto un discurso de legitimación, y se la llama filosofía.

Cuando ese metadiscurso recurre explícitamente a tal o tal otro gran relato, como la dialéctica del Espíritu, la hermenéutica del sentido, la emancipación del sujeto razonante o trabajador, se decide llamar “moderna” a la ciencia que se refiere a ellos para legitimarse.

Simplificando al máximo, se tiene por “postmoderna” la incredulidad con respecto a los metarrelatos. La función narrativa pierde sus funciones, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito.

El saber posmoderno no es solamente el instrumento de los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores.

 

El campo: el saber en las sociedades informatizadas

La hipótesis es que el saber cambia se estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la llamada postindustrial y las culturas en la edad llama postmoderna. Este paso ha comenzado cuando menos desde fines de los años 50, que para Europa señalan el fin de su reconstrucción.

El saber científico es una clase de discurso. Pues se puede decir que desde hace cuarenta años las ciencias y las técnicas llamadas de punta se apoyan en el lenguaje. La incidencia de esas transformaciones tecnológicas sobre el saber parece que debe de ser considerable.

El saber se encuentra o se encontrará afectado en dos principales funciones: la investigación y la transmisión de conocimientos. Es razonable pensar que la multiplicación de las máquinas de información afecta y afectará a la circulación de los conocimientos tanto como lo ha hecho el desarrollo de los medios de circulación de hombres primero (transporte), de sonidos e imágenes después (media).

Se puede establecer la previsión de que todo lo que en el saber constituido no es traducible de ese modo será dejado de lado, y que la orientación de las nuevas investigaciones se subordinará a la condición de traducibilidad de los eventuales resultados a un lenguaje de máquina. Los productores del saber, lo mismo que sus utilizadores, deben y deberán poseer los medios de traducir a esos lenguajes lo que buscan.

Se puede esperar una potente exteriorización del saber con respecto al sabiente, en cualquier punto en que éste se encuentre en el proceso del conocimiento. El antiguo principio de que la adquisición del saber es indisociable de la formación (Bildung) del espíritu, e incluso de la persona, cae y caerá más en desuso. Esa relación de los proveedores y de los usuarios del conocimiento con el saber tiende y tenderá cada vez más a revestir la forma que los productores y los consumidores de mercancías mantienen con estas últimas, es decir, la forma valor. El saber es y será producido para ser vendido, y es y será consumido para ser valorado en una nueva producción: en los dos casos, para ser cambiado. Deja de ser en sí mismo su propio fin, pierde su “valor de uso”.

Se sabe que el saber se ha convertido en los últimos decenios en la principal fuerza de producción, lo que ya ha modificado notablemente la composición de las poblaciones activas de los países más desarrollados, y que es lo que constituye el principal embudo para los países en vías de desarrollo.

En su forma de mercancía informacional indispensable para la potencia productiva, el saber ya es, y lo será aún más, un envite mayor, quizás el más importante para la potencia productiva, en la competición mundial por el poder. Igual que los Estados-naciones se han peleado para dominar territorios, después para dominar la disposición y explotación de materias primas y de mano de obra barata, es pensable que se peleen por el porvenir para dominar las informaciones. Así se abre un nuevo campo para las estrategias industriales y comerciales y para las estrategias militares y políticas.

La idea de que la producción y distribución de conocimiento parten de ese “cerebro” o de esa “mente” de la sociedad que es el Estado se volverá más y más caduca a medida que se vaya reforzando el principio inverso según el cual la sociedad no existe y no progresa más que si los mensajes que circulan son ricos en informaciones y fáciles de decodificar. El Estado empezará a aparecer como un factor de opacidad y de “ruido” para una ideología de la “transparencia” comunicacional, la cual va a la par con la comercialización de los saberes.

La transformación de la naturaleza del saber puede, por tanto, tener sobre los poderes públicos establecidos un efecto de reciprocidad tal que los obligue a reconsiderar sus relaciones de hecho y de derecho con respecto a las grandes empresas y más en general con la sociedad civil. Las nuevas tecnologías, dado que hacen que los datos útiles para las decisiones (y por tanto, los medos del control) sean todavía más móviles y sujetos a la piratería no vienen sino a agravar la urgencia de ese reexamen.

Puede imaginarse que los conocimientos sean puestos en circulación según las mismas redes que la moneda, y que la separación pertinente a ellos deje de ser saber/ignorancia para convertirse, como para la moneda en “conocimientos de pago/conocimientos de inversión”, es decir conocimientos intercambiados en el marco del mantenimiento de la vida cotidiana, versus créditos de conocimientos con vistas a optimizar las actuaciones de un programa.

Se imaginan paralelamente flujos de conocimientos que pasan por los mismos canales y de la misma naturaleza, pero de los que unos estarían reservados a los “decididores”, mientas que los otros servirían para pagar la deuda perpetua de cada uno con respecto a la deuda social.

 

El problema: La legitimación

El planteamiento de la información de las sociedades más desarrolladas permite sacar a plena luz, incluso arriesgándose a exagerarlos excesivamente, ciertos aspectos de la transformación del saber y sus efectos sobre los poderes públicos y sobre las instituciones civiles.

Con todo, su credibilidad es considerable, y en ese sentido la elección de esta hipótesis no es arbitraria. Su descripción ya ha sido ampliamente elaborada por los expertos, y dirige ya ciertas decisiones de la administración pública y de las empresas más directamente implicadas como las que controlan las telecomunicaciones. Ya forma parte de las realidades observables.

Y lo mismo decir que la hipótesis es banal. Pues lo es sólo en la medida en que no pone en tela de juicio el paradigma general del progreso de las ciencias y de las técnicas, al cual parecen servir de eco totalmente natural el crecimiento económico y el desarrollo del poder sociopolítico.

Esas evidencias son engañosas. En principio, el saber científico no es todo el saber, siempre ha estado en excedencia, en competencia, en conflicto con otro tipo de saber, que para simplificar llamaremos narrativo.

El saber científico contemporáneo queda descolorido, sobre todo si debe someterse a una exteriorización con relación al “sabiente” y una alienación de sus usuarios todavía más fuerte que ayer. La desmoralización de los investigadores y de los enseñantes que resulta tan poco despreciable que ha estallado como se sabe entre los que destinaban a ejercer esas profesiones, los estudiantes, en todas las sociedades más desarrolladas, y ha podido frenar sensiblemente durante ese periodo el rendimiento de los laboratorios y de las universidades que no habían sido preservadas de su contaminación.

El derecho a decidir lo que es verdadero no es independiente del derecho a decidir lo que es justo, incluso si los enunciados sometido respectivamente a una u otra autoridad son de naturaleza diferente. Hay un hermanamiento entre el tipo de lenguaje que se llama ciencia y ese otro que se llama ética y política: uno y otro proceden de la misma perspectiva o si se prefiere de una misma “elección”, y ésta se llama Occidente.

Examinando el actual estatuto del saber científico, se constata que incluso cuando este último parecía más subordinado que nunca a las potencia, y con las nuevas tecnologías se expone a convertirse en uno de los principales elementos de sus conflictos, la cuestión de la doble legitimación, lejos de difuminarse, no puede dejar de plantearse con mayor intensidad. Pues se plantea en su forma más completa, la de la reversión, que hace aparecer que saber y poder son las dos caras de una misma cuestión: ¿quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir? La cuestión del saber en la edad de la informática es más que nunca la cuestión del gobierno.

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COMENTARIO

La condición posmoderna plantea el cuestionamiento de las grandes narrativas hacia una crítica tanto de los grandes relatos como de las metarrelatos que los justifican. La crítica iniciada por los posestructuralistas franceses va tomando fuerza y forma cuando llega a manos de los artistas, ya que son ellos los que traducen los planteamientos de disidencia a lo establecido y conceptos como el de “alteridad” (tanto de identidad sexual –ver imagen 9- y vida social –ver imagen 3-) abriendo paso al activismo y feminismo (ver imagen 1) en la esfera del arte. Por otro lado, la muerte de los relatos del arte moderno da cabida a la “simulación”, que la publicidad y los mass media difunden ampliamente, volviéndose parte de las estrategias de los artistas como los apropiaconistas y posapropiacionistas (ver imagen 2 y 7). A su vez, la incorporación de los lenguajes informáticos, de los cuales el saber en las sociedades más desarrolladas de las que habla Lyotard, a las estrategias y fines del arte en la actualidad se han vuelto de dominio público, ampliando los medios y posibilidades creativas como el net.art y los New Media (ver imagen 8) que empezaban a tomar fuerza en aquella época sobre todo el videoarte. En 1989 se realizó una exposición llamada Les Immatériaux con base en la ideas de Lyotard donde se hacía evidente el planteamiento del proceso de desmaterialización del objeto en beneficio de los planteamiento informacionales. Las ideas que comenzaron desde la década de los 60 de dejar el taller a favor de la exploración de los espacios públicos sobre todo de la naturaleza con el LandArt y EarthArt, la década de los 80 fue borrando los límites entre arte, política y activismo (ver imagen 5 y 6) analizando problemáticas públicas para preparar la inserción de la estética relacional, el arte y la comunidad.

BIOGRAFÍA

Jean-François Lyotard (Versalles, 1924-París 1998) fue un filósofo francés, principal personaje de los análisis sobre la posmodernidad y su impacto en la humanidad y filosofía del siglo XX.

Tras haber estudiado filosofía en la Soborna, ejerció durante algunos años como profesor a la par practicaba activismo político y teórico con el grupo Socialismo o Barbarie (grupo anti-stalinista). Sus escritos en esta etapa se enfocaron en la crítica del marxismo durante la guerra de liberación de Argelia. En 1971 publicó Discurso, figura. Un ensayo de estética donde subrayó el concepto de “deseo” en la palabra y en la percepción; para él, la obra de arte expresa la subversión del deseo, por lo que proponía el arte de la libido.

Con La condición postmoderna (1979), partiendo de un modelo kantiano plantea una época a la que llama posmoderna, la cual se caracteriza por la decadencia de la legitimación de varios niveles de existencia a través de los «grandes relatos» y por la emergencia de una multiplicidad de lenguajes irreductibles entre sí. Otros títulos de su producción son A partir de Marx y Freud (1973), Instructions païennes (1977), Au just (1979, en colaboración con Thébaud), El desacuerdo (1983), El entusiasmo (1986) y Moralidades posmodernas (1993).

 

 

CONTEXTO HISTÓRICO-POLÍTICO

El panorama histórico-político de 1979 se ubica todavía dentro de los años de la Guerra Fría. El mundo se va preparando cada vez más para la Globalización y la era de las telecomunicaciones: fusión de empresas multinacionales, privatizaciones y libre comercio. En Gran Bretaña llega al poder Margaret Thatcher impulsando una filosofía política y económica enfocada a la desregularización del sector financiero, la flexibilización en el mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la reducción del poder de los sindicatos.

En Francia es importante la tendencia posestructuralista que toman los pensadores que constituirán las bases para el intercambio entre las artes, la publicidad, la fotografía, el cine y los mass media. Entre los filósofos de esta tendencia, también llamada posmoderna, se encuentran Michel Foucault, Jean-Francois Lyotard, Roland Barthes y Jean Baudrillard, quienes insertaron nuevos conceptos como “simulación”, “simulacro”, “hiperrealidad”, “cultura de la mercancía”; levando a los artistas a analizar los fenómenos sociales y culturales como sistemas de signos. Se adoptan la “condición posmoderna” al arte repensando el “mito” de crear desde cero, la muerte del artista y la obra como texto.

 

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